La esencia de la amenaza de la gripe aviar consiste en que un virus gripal mutante y alarmantemente virulento, que evolucionó y anda ahora parapetado en los nichos ecológicos recientemente creados por el agrocapitalismo, está buscando un nuevo gen, o dos, que le permitan viajar a una velocidad pan ' démica a través de una humanidad densamente urbanizada y en su mayoría pobre. Un destino que nosotros mismos le hemos impuesto a la gripe desde hace ya mucho tiempo. Los choques medioambientales inducidos por el hombre -el turismo de ultramar, la destrucción de humedales, la Revolución Agropecuaria auspiciada por las transnacionales, los urbanización del tercer mundo y el incremento paralelo de los inmensos barrios miseria- son los responsables de que la extraordinaria mutabilidad darwiniana de la gripe se haya convertido en una de las fuerzas biológicas más peligrosas para nuestro asediado planeta.
Del mismo modo, nuestra aterradora vulnerabilidad frente a ésta y otras enfermedades emergentes es producto de la pobreza urbana concentrada, de la negligencia de la industria farmacéutica -que no desarrolla vacunas porque considera que las enfermedades infecciosas no son "rentables"- y del deterioro, si no colapso, de la infraestructura de la salud pública en algunos países ricos, además de en la mayoría de los pobres. Una vulnerabilidad que la Organización Mundial de la Salud ha puesto en cifras: la gripe aviar podría matar aproximadamente a 100 millones de personas en los próximos años.
En otras palabras, el mal que amenaza visitar al mundo entero no es una antigua plaga súbitamente despertada del letargo, sino algo de todo punto nuevo, en cuya creación hemos desempeñado un papel no por inadvertido menos decisivo.
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