Empezábamos los estudios de Letras en la Universidad de Nuevo León. Una clase se denominaba Metodología y la impartía el profesor Alfonso Rangel Guerra, quien antes había sido mi maestro de Literatura Mexicana en la Escuela Diurna de Bachilleres de la misma UNL y quien, previamente, se había hecho cargo de nuestra clase de historia universal en la secundaria de la República Escolar Colegio Justo Sierra. Este singular plantel era un islote en medio del mar de colegios gobernados por grupos religiosos de distintas orientaciones. Lo dirigía un paladín del laicismo, el profesor Sigifredo H. Rodríguez, autor de varios libros de lecturas para infantes.
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