Moralismo y romanticismo –me refiero a la tentación romántica, que procede, como la moral, de una negación de la angustia– aparecen como las dos mayores tentaciones intelectuales, las dos mejores posibilidades de plantear un obstáculo a la evidencia trágica y a la lucidez de espíritu, los dos mejores “remedios” que se haya encontrado hasta ahora para protegerse del espectáculo de lo real.
Este libro se limita a desmitificarlos. Después de haber recordado la tragedia inherente a toda existencia, pretende exponer las razones de una negación incondicional, la de dejarse engañar, cualquiera sea el beneficio asociado a la ilusión. Como expresión de una simple advertencia personal, sólo es una etapa dentro de una intención más general, que es el retorno de la tragedia al mundo mudo que es el nuestro, a ese “mundo de los griegos, el mundo trágico, preocupación de todos los días y las noches.”
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