Quien piense en una cerdita, probablemente la imaginará rosada, como aquel chancho de Pink Floyd, pero ¿negra? Es como pensar en que un diestro mete un golazo con la pierna zurda. Así es el estilo de Carlos Velázquez: contrastante con lo común. Lo primero que llama la atención en el libro es el título. Enseguida, al abrirlo, otros más se despliegan del primero como si desdobláramos un pergamino. Aunque este detalle parezca un asunto menor no es así. En este caso mucho del tono de la obra se expresa a través de las coloradas letras de máquina que encabezan el volumen.
A sabiendas de que la literatura es una de las tierras más fértiles para la manifestación de lo imposible, el coahuilense aprovecha tal condición e instala en nuestras cabezas escenas disparatadas. Una marrana negra de grandes dotes de novelista le dicta a su dueño (cuyo mayor talento son los tamales de dulce) las líneas que les permitirán vivir cómodamente y hasta ser vecinos de personalidades como la de Bárbara Mori. Otros miembros de la cultura popular también desfilan por las cinco historias de Velásquez, de hecho, su presencia es una de las principales líneas que se pueden identificar.
“El alien agropecuario” es el relato del momento más alocado de la vida de un niño con síndrome de Down. Luego de audicionar con un teclado Mi Alegría para integrarse a una banda de punk —concepto por demás extraño en territorios gruperos—, éste consigue encaminarlos hacia el mainstream gracias a la invención de la “tecnoanarcumbia”. Las giras con Plastilina Mosh y Belanova los convierten en ídolos, a la vez que los enredan en excesos y traiciones a la altura de su trascendencia.
Si el llamar “alien” a un niño Down suena irrespetuoso, la absoluta irreverencia está impresa en “La jota De Bergerac” y “El club de las vestidas embarazadas”. En el primer cuento, Alexia es un travesti despampanante, digno de ganar el Miss Gay. Lo único que se lo impide es su gran nariz: “Érase un hombre a una nariz pegado”, diría el maestro Quevedo. La oportunidad para dejar de “talonear” y someterse a una cirugía se le presenta cuando conoce a Wilmar, un pelotero cubano que necesita de sus favores para jugar bien y conseguir el campeonato de liga. Todo va de maravilla hasta que llega el desamor y lo inesperado sucede. La otra historia es de homosexuales que juegan a la mamá y al hijo. El asunto consiste en que uno de ellos se postra en una cama cual neonato mientras que el otro, por ejemplo, le quita el pañal, limpia sus excreciones y le pone talco. El protagonista, Damián —heterosexual en algún punto del relato—, cae en el club porque no aguanta que su mujer le insista cada noche con que quiere inseminarse debido a su mal tino con la fertilidad.
Los personajes de "La marrana negra de la literatura rosa", contrarios a lo común como dijimos, aspiran a lo que no son o no tienen, sea tener un hijo o una nariz estética. La necesidad del contacto sexual en ocasiones representa una condición para conseguir lo deseado. “No pierda a su pareja por culpa de la grasa” es el más claro ejemplo. Carol advierte a Tino que si quiere “acción” debe bajar de peso. Ambos son cocainómanos, pero eso a Tino ya no lo hace adelgazar. No queda de otra que robarle dinero a su madre para una liposucción. Por su parte, Carol quiere finalmente dejar la vida que aprendió en su barrio. No saben en qué acabará su plan.
Escrito sin artificios intelectuales, el libro es de fácil digestión para el lector, amén de quienes sean de estómago delicado. El humor de Velázquez trascurre por una jerga local pero entendible, llena de neologismos y términos adaptados a formas conocidas como “porqueriza”, explicada por el autor como una caballeriza para puercos.
Sobre advertencia no hay engaño; lo que aquí sucede dista poco de las revistas del corazón o los programas de Aunque usted no lo crea. Eso sí, los personajes padecen de sus facultades, pasando por El alien y empezando por la marrana.
Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur
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