Su viaje a Londres —escenario de la primera Exposición Universal— supuso para Dostoievski la revelación, por debajo del rutilante brillo del progreso representado por el Palacio de Cristal, de la irremediable soledad y la resignada desesperación de una humanidad sometida. Esta iluminación por las tinieblas encontró cumplido reflejo en el capítulo de su novela Los hermanos Karamázov dedicado al Gran Inquisidor. En estas páginas de rara maestría y penetración, objeto hasta hoy de un sinfín de interpretaciones, Dostoievski se enfrenta a temas cruciales de envergadura moral, política, histórica y religiosa.
En palabras de Gustavo Zagrebelsky, «la acusación del Gran Inquisidor contra Cristo es un texto que no deja de interrogarnos y al que nosotros mismos no dejamos de interrogar según nuestras actuales preocupaciones»; un texto que actúa como un espejo del hombre contemporáneo, «a la luz de las palabras del Inquisidor y del silencio de Cristo, sin pantallas, filtros o mediaciones». Al hilo de la condena que el Gran Inquisidor pronuncia de la libertad humana, una libertad que no sería más que «impaciencia y sufrimiento», «un don, pero envenenado», y auténtico origen de todo mal, el jurista y filósofo italiano recorre con lucidez las encrucijadas del poder y la servidumbre, en el dilema entre aquiescencia y resistencia.
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