Vivir al margen de la vida
Ir por el camino ya andado por otros, digamos, someterse a un modus vivendi cuyo éxito está comprobado, puede ofrecernos un futuro complaciente y sin dificultades. Basta que alguien dé un paso para que, pronto, la horda se arremoline en torno a la “luz” hallada, como almas en busca de la salvación. La zona de confort se vuelve apenas un punto en el mosaico humano donde únicamente hay dos posibilidades: liderar, si se es hábil y vanidoso, o seguir, si se es comodino y timorato. Con todo esto, todavía no se conoce camino más grande que su entorno. Las historias de algunos atrevidos observadores, decididos a probar suerte al margen de la vía fácil, se cuentan en Los disidentes del universo.
Los ocho ensayos contenidos en el libro de Luigi Amara (México, 1971) nos remiten claramente a las obras de Marcel Schwob, Juan Rodolfo Wilcock y Nathaniel Hawthorne. En ellos, como dicta la Patafísica de Alfred Jarry, la excepción es la regla. El desfile de inadaptados lo encabeza John Connish, un aficionado a las largas filas, cuyo pasatiempo predilecto es mirar la desesperación que éstas provocan en la gente. Más adelante, Johannes Richter pone en duda las últimas palabras de importantes hombres como Kant, Goethe o Hegel; para él, no son sino meras invenciones. En otro caso, Thomas Lloyd, literalmente, devora libros, pues encuentra un enorme placer al engullir páginas impresas. El texto más extenso está dedicado a la curiosa vida de Julia Pastrana, bailarina y soprano mexicana, descrita como bajita y de buena figura, quien era exhibida como fenómeno en circos de Estados Unidos y Europa por su esposo Theodor Lent. Su abundante vello corporal habría despertado la curiosidad del mismísimo Charles Darwin. Luego, la “vorágine de variantes” ocurridas en la cabeza de ajedrecistas de la talla de Anatoli Karpov o Louis Paulsen, traducida en somnolencia y pérdida de tiempo para ciertos espectadores, otorga al ajedrez el adjetivo de vicio para iniciados. Enseguida, la depurada técnica del taxidermista Isidoro García alcanza grados de locura cuando convierte sus fantasías en bestias de alambre y guata, recubiertas de pieles auténticas: osos con siete cabezas de foca y anacondas con caparazón de armadillo despertaban horror en el espectador, pero satisfacción en él. Posteriormente, un eunuco (hombre castrado) del siglo XVIII aún es capaz de sentir y hacer sentir placer con su miembro fantasma. Por último, el inapetente Roy Robert Smith prueba que se puede vivir sin haber visitado nunca la playa, sin beber Coca-Cola o haber patinado. En resumen: sin poseer ninguna afición, quedándose prácticamente inmóvil, dejando que pase la vida.
Ya sea por decisión propia o simplemente asumiéndose distintos al resto, los personajes tratados por Amara, encontraron que vivir fuera del camino de la convencionalidad no es más peligroso que andar imitando a los otros, yendo a la segura. Del otro lado, el campo de acción es vasto y experimental, sí, y supone que los alineados posen la mirada ante lo que les resulta diferente. Una oveja que abandona el rebaño no necesariamente tendrá que perderse, quizá sólo haya ido a “pastar metáforas en las nubes”.
«Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur»
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