En una fotografía aparece una mujer de espaldas. Muestra la nuca, exhibe la desnudez de su hombro, renuncia sin aspavientos, pero con ostentosa dignidad, a mirar de frente. La mujer le da la espalda al fotógrafo y, una vez que el dedo de éste oprime el obturador, le da la espalda al mundo, al futuro, a nosotros. Nu)n(ca es el resultado de un embrujo. Plantado frente a la fotografía tomada por Onésipe Aguado, Luigi Amara observa cómo se gesta en su interior un laberinto por el que luego divagará sin dejar tras de sí un hilo que lo salve.
Amara avanza por el poema a la deriva, como si el largo pie de imagen que construye tuviera algo de aventura detectivesca o de rastreo de pistas que conforme se desdobla muestra que su sustancia es el tiempo y su trasfondo la muerte. La nada abre un espectro donde todo es posible. El poema se disgrega invocando la posibilidad de que la protagonista sea una mujer barbuda, una viuda o una geisha; quizá una modelo hastiada, herida por la necesidad «colgar en el biombo su belleza»; o una «casta emperatriz a punto de cambiar de piel»; una mulata ebria o tal vez una hija lejana de Mesalina, presta para fundir su rostro anónimo con la salvaje ansiedad del lupanar.
Rendido ante la infinitud del tal vez, Amara vuelve ante sí para reconocer que la imagen es una mancha donde se pinta «el rostro que queremos ver», un maelström en cuyo vórtice yace el enigma del reverso de la existencia. No importa quién sea la mujer o por qué esté ahí. Lo que queda tras la lectura son las cenizas de nuestro propio deseo, consumido por el ineludible afán de capturar eso que advertimos siempre a ciegas.
Advertencia: Las existencias de nuestro sistema no son precisas al 100%, por lo que antes de dirigirte a una de nuestras sucursales, te recomendamos que llames por teléfono para confirmar su disponibilidad.