José Antonio Marina prosigue su trabajo de «detective cultural», con un caso extraordinariamente complicado, que los recientes acontecimientos han puesto de actualidad: Dios y la religión. La investigación ha llevado al autor a conclusiones que no esperaba. En primer lugar a una negación de la teología. Después a una teología afirmativa, pero tautológica. Y, por último, a la necesidad de encaminarse hacia unas religiones de segunda generación, que se sometan a un criterio ético universal, y que admitan la distinción entre verdades privadas y verdades públicas. Al final de la obra se esboza lo que podría ser el marco ético aceptable para las religiones actuales. Algo que las religiones tardarán en aceptar, pero que acabarán sin duda haciendo.
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