«Hace unos años, Bertrand Russell escribió un libro con un título exactamente contrario al mío: Por qué no soy cristiano. Es una obra lúcida e irónica con la que estoy fundamentalmente de acuerdo. Lo que sucede es que, al hablar de cristianismo, él y yo hablamos de cosas distintas»: así comienza esta nueva investigación de José Antonio Marina. A continuación explora la caudalosa corriente de la experiencia cristiana, que tiene su origen en un enigmático judío que vivió hace veinte siglos. Los seguidores de Jesús de Nazaret tuvieron que enfrentarse con el complejo mundo helenístico, y elegir entre una interpretación «gnóstica», filosófica, y una interpretación moral; entre una concepción carismática y otra institucional. De esas decisiones deriva parte de nuestra cultura.
¿Por qué investigar ahora este asunto? Marina responde: «Un filósofo tiene que enfrentarse con los temas esenciales de la realidad y también de su cultura, y parece evidente que, en una civilización cristiana como la nuestra, saber a qué atenerse respecto del personaje al que constantemente se hace referencia es inevitable.» ¿Hay que decir un adiós respetuoso pero definitivo a Jesús? Y si no es así, ¿en concepto de qué le invitamos a quedarse? Hay varias alternativas: como encarnación de Dios, como un genio religioso, como una invención literaria, como una abstracta consigna revolucionaria.
Este libro es, además, una teoría sobre la verdad. Padecemos una epidemia de credulidad e integrismo, y las religiones se han convertido en un problema. Debemos exigirles que presenten con claridad al mundo sus cartas credenciales. ¿Qué son, de dónde vienen, de dónde sacan su pretendida fiabilidad? Todo predicador proclama inevitablemente más certezas de las que tiene. Y no por mala voluntad, sino tal vez al contrario, por el peligroso dinamismo de las buenas intenciones. Marina distingue el dominio de las verdades universales —la ciencia y la ética— del dominio de las verdades privadas, entre las cuales se encuentra la religión. No niega su veracidad, pero sostiene que cuando se enfrentan con verdades universales, deben cederles el paso. De esta manera, las religiones, enfrentadas inevitablemente en lo dogmático, podrían reconciliarse en el plano ético.
El último capítulo habla de las verdades privadas del mundo de J. A. Marina, y responde a la pregunta: ¿por qué soy cristiano?
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