A mediados de 1972, con apenas veintiséis años, la cera que ardía se agotó definitivamente para Syd Barrett, creador y fuerza creativa de los primeros Pink Floyd. Moriría en el verano de 2006 convertido en el gran ausente: del mundo que había iluminado con sus visionarias composiciones y, por lo visto, también de sí mismo. Pero su fugaz presencia sobre el escenario donde se representó la eclosión del pop durante los sesenta dejó una huella y un legado imborrables. En la fulgurante movida (no sólo) londinense de aquellos años reclamó la herencia del blues y el folk para darle una vuelta de tuerca con herramientas tomadas a las ya ancianas vanguardias del siglo. De aquellos polvos psicodélicos vino ese rock algo tóxico y bastante sofisticado que algunos llamaron «progresivo». Fue, sin embargo, un destello efímero: las aguas (al parecer regresivas) volvieron a su cauce y Syd Barret regresó a su Cambridge natal para enclaustrarse en un silencio vagamente lunático. Así nació el mito y la inquebrantable devoción de los mitómanos.
Aunque la devoción seguirá incólume, Rob Chapman se presenta ahora para desmontar ese mito: el Barrett férreamente alucinado, la archivíctima del ácido, se desvanece bajo su enérgica pluma para dar paso a un joven de exquisita sensibilidad cuya imaginación se expandió demasiado pronto y demasiado rápido. El repentino éxito del álbum The Piper at the Gates of Dawn lo precipitó a un mundo frenético para el que no estaba preparado y que, seguramente, nunca buscó. Tal vez no lograba aguantar sobre su cabeza los pesados laureles de la fama, tal vez se vio cegado por los focos, tal vez su destino era el brillo fulminante de un cometa que deja atrás su larga estela como un faro indeleble. Frente a las sólidas incertidumbres de este relato hay, no obstante, un hecho cierto: después brilló su ausencia. Porque ese faro marcó en buena medida la dirección de unas corrientes que se salían del cauce adonde habían vuelto las aguas más pedestres. Por esa vía surgieron punks variopintos y las mejores variantes del pop experimental.
Ésta es la primera obra que le hace justicia a la figura más excéntrica de la música popular británica, y la hace conjugando su anómala trayectoria vital con un perspicaz estudio de sus aportaciones tanto sonoras como verbales. Chapman despliega para ello los recuerdos nunca antes impresos de amigos, colegas, novias y parientes junto a un caudal inédito de cartas personales, diarios y textos inclasificables. Si a ese material de trazas caóticas le añadimos una investigación exhaustiva y una rara capacidad analítica obtenemos la historia de una vida tan elusiva que muchos creían irremediablemente condenada a morir sin biografía.
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