«La lista era parte de un plan: Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer. Había concluido, al analizar la experiencia de algunos conocidos, que incluso en la vejez la muerte necesitaba de un golpe final. Un empujón emocional, o físico. Y ella no podía darle a su cuerpo nada de eso. Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse».
Así comienza La respiración cavernaria, uno de los más intensos y celebrados relatos de Samanta Schweblin —una apasionante historia sobre la pérdida, el desconcierto, la obsesión y los recuerdos—, que cobra nueva vida y lecturas gracias a las impresionantes pinturas de Duna Rolando.
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