La escritura de Arnoldo Kraus es conmovedora. No porque enternezca sino porque altera, perturba, sacude fuertemente nuestra alma. A diferencia de otros escritores, no lo hace de manera violenta o extravagante, sino serena, paciente, ecuánime, como si su oficio de médico lo obligara a auscultar cuidadosamente cada aspecto de sus personajes: sus miedos, sus dramas, sus tragedias, sus alegrías que, de una u otra forma, son también las nuestras en tanto seres humanos. ¿Quién no ha pasado por momentos de tristeza profunda, de soledad, de confusión, de depresión, de enfermedad? ¿Quién no ha vivido, en sí mismo o a través de un ser querido, el dolor profundo generado por un padecimiento incurable, los estragos producto de algún trágico accidente, la extinción paulatina de la flama vital en la vejez? ¿Quién sabe hoy cómo enfrentarse a la muerte, propia o extraña?
Kraus es un estudioso del alma. Le gusta mirar adentro, muy adentro de ella, porque sólo allí es posible encontrar respuestas. Lo hace practicando el arte de la escucha, aprendiendo de esos grandes maestros que son sus enfermos, que acuden a él en busca de sanación. «Escuchar es terapéutico, contar cura», nos dice en una de sus narraciones. Con su literatura hurga en sus adentros, se cura «un poco», e invita al lector a pensar acerca de su propia vida.
Sus historias logran lo que sólo la buena literatura: la identificación profunda con sus tramas, con sus personajes. Las reflexiones que generan van más allá de lo personal, se adentran también en lo social, con fuertes críticas a la medicina entendida como negocio, a la pretendida omnipotencia de la ciencia, a la tecnología y al carácter vertiginoso que el mundo moderno imprime a nuestros actos. A través de estos relatos, Kraus diagnostica algunos padecimientos de los hombres de hoy y vislumbra senderos curativos, al hablarnos, como Sandra, uno de sus personajes, «de la suerte de vivir, de la inmensidad del amor, de la naturaleza, de las palabras bellas escritas por tantos y tantos [...], de la amistad». Recursos «para vivir en paz, para no temerle a la soledad, para comprender la muerte».
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