Una leyenda judía cuenta cómo un ángel coloca su dedo sobre los labios del bebé justo antes de nacer. Esa caricia borra de golpe la memoria del paraíso en el cual vivía. La huella del ángel, continúa la leyenda, se convierte en el surco vertical que baja de la nariz hasta el labio superior.
Los griegos antiguos aportan su historia. Para destruir el recuerdo de sus vidas pasadas, las almas, antes de reencarnar, debían beber en el Leteo, uno de los ríos del Hades. Sus dulces aguas provocaban el olvido.
En las leyendas, borrar los recuerdos en las criaturas que nacen o en las almas que regresan tiene sentido: la vida es nueva, la vida empieza, el olvido tiene lugar. En la vida, otra es la historia: los recuerdos deben ocupar un lugar privilegiado. El reverso de la existencia es el olvido.
La palabra que originó A veces ayer es recuerdo. Qué somos si no somos recuerdos. Qué somos si no bordamos en ellos. Se corre el riesgo de distorsionar el presente si el pasado no regresa y dialoga. Se corre el peligro de que el tiempo se transforme en polvo.
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