En La prosa del Transiberiano y de la pequeña Jehanne de France no hay un tren, sino el tren, todos los trenes, los posibles, los reales y los imaginados. Especialmente los de la memoria. El viaje se hace ciertamente en el espacio, pero sobre todo un viaje a través del tiempo. Está todo dicho en el íncipit ya mencionado: "En aquel entonces yo estaba en la adolescencia". Pero si en el poema las lonjas del espacio y de tiempo son tan cortadas por la narración, presenciamos el intento exitoso de capturarlas simultáneamente. El collage de los recuerdos, los sueños, las imágenes, las alusiones a lugares históricos todos yuxtapuestos, vuelve así a dar a las dimensiones espacio-temporales del mundo una nueva geometría donde vibran y chocan el pasado de la adolescencia, el presente del viaje y la proyección hacia el futuro que es, en última instancia, el de París, la última parada que es también la primera. El poema puede entonces cerrarse con un futuro nostálgico, sinónimo de deseo: "Iré al Lapin Agile a recordar mi juventud perdida". ¡Ah!, el bello oxímoron temporal: nombrar el futuro para decir la pérdida del pasado.
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