“Nairobi es una ciudad que se va erigiendo según necesidades de otros. Resultado de un proyecto ajeno y de un involuntarismo incontrolable, le va creciendo a sus habitantes en torno y éstos se adaptan, se resignan, se transforman, se aprovechan. Era extraño pensar de golpe en México y encontrar equivalencias. Entender de cerca, de una manera nueva, más directa, qué es la dependencia y la colonización. Ver de frente al europeo. Verlo con otros ojos. O verlo en otras actitudes en todo caso. Reconocer las calles oscuras, pobladas sólo por los que no tienen miedo porque tampoco tienen ninguna otra cosa. Ver surgir el Milton triunfante por entre los edificios; las calles llenas de coches sorteando gente empequeñecida. Reconocer el odio que de golpe habla también de sitios familiares, de Acapulcos propios y sometimientos que parecieron ser la historia. Sentir el odio ahí, a un paso, irreprimible e inútil, pero encendido y recordar entonces Las nieves del Kilimanjaro. Y sentir, ineludible, la bofetada. Revivir luego la historia propia. Recordar gestos, lenguaje, actitudes, temores. Sentirse flotar y perder y caer después en una realidad violenta que no hay más remedio que aceptar como propia, desvestida ya de sus sedas suaves y sus tonadas dulces. Reconocerse entonces.”
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