La infancia es un tiempo de impresiones que se incrustan en la conciencia sin ningún matiz. Será mucho tiempo después cuando se logre desentrañarlas. Las palabras adquieren entonces el valor que dictaron aquellas circunstancias. No otro.
Es cuando se descubre el silencio. Todo lo que se quedó sin decir o no se quiso decir de la historia propia, de la historia de un país, de la historia de cualquier persona.
Formas de silencio que nos cercan separándonos. Que delimitan el contorno de la retórica cotidiana, que establecen la geografía de un Acapulco, una ciudad de México demasiado estentóreos para ser posibles.
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