La división entre personas y cosas es el postulado que parece haber organizado desde tiempos inmemoriales la experiencia humana. Ningún otro principio está tan enraizado en la percepción y en la conciencia moral como la convicción de que los seres humanos no somos cosas, porque las cosas, según una dicotomía insalvable, son lo opuesto a las personas. Sin embargo, la reconstrucción genealógica, al destapar el «dispositivo de la persona», permite seguir las consecuencias divisivas que han conformado el horizonte moderno según un doble proceso de despersonalización (o cosificación) de las personas y de desreificación (o anonadación) de las cosas.
Este nudo entre personas y cosas, determinante para la confluencia del derecho romano, la filosofía griega y la concepción cristiana, solo puede ser desenredado, según Roberto Esposito, desde la perspectiva del cuerpo, tercero excluido de la dicotomía entre cosas y personas. Lo que los estudios antropológicos revelan sobre el cuerpo como lugar de interacción entre personas y cosas en las sociedades primitivas, resurge de forma singular en la experiencia contemporánea con objetos biotecnológicos que incorporan una vida subjetiva. Pero en el régimen biopolítico actual, es sobre todo el cuerpo político el que, desvinculado de las dicotomías del orden político moderno, adquiere un inusitado protagonismo que exige una renovación radical de los vocabularios de la política, el derecho y la filosofía.
En la conversación preparada para esta edición, «Entre el derecho romano y la sociedad del espectáculo», el autor comenta algunos de los temas implícitos en su libro, como el vínculo entre derecho y violencia, la cuestión de «lo animal» o el problema de la representación política.
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