Al final de un debate que atravesó todo el siglo XX, el significado último de la noción de «teología política» sigue siendo huidizo. A pesar de los intentos de superarla, aún hablamos su lenguaje, aún permanecemos en su horizonte. El motivo de ello, para Roberto Esposito, reside en que la teología política no es ni un concepto ni un acontecimiento, sino el eje en torno al cual ha girado, por más de dos mil años, la máquina de la civilización occidental. En su centro se halla la articulación entre universalismo y exclusión, entre unidad y separación. La tendencia del Dos a hacerse Uno a través de la subordinación de una parte al dominio de la otra: todas las categorías filosóficas y políticas que utilizamos, a partir de la categoría, romana y cristiana, de persona, reproducen todavía ese dispositivo excluyente. Por tal razón, el distanciamiento de la teología política —en el que consiste la tarea de la filosofía contemporánea— pasa por una radical conversión de nuestro léxico conceptual. Únicamente cuando le hayamos restituido al pensamiento su «lugar», relativo no sólo al individuo sino a toda la especie humana, podremos librarnos de la máquina que desde hace demasiado tiempo aprisiona nuestras vidas.
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