Pieza tras pieza, Parque México es un rompecabezas construido y ensamblado en el transcurrir de tres lustros. La disciplina del ejercicio diario me insertó en los senderos del Parque, como un elemento tenaz del paisaje. Esas jornadas de catorce horas, repartidas entre mi trabajo de petrolero en PEMEX y el terco reforzar los latidos de mi corazón en el Parque México, abrieron mis ojos aquí y allá para aprehender conocimiento y emoción.
En las páginas de Parque México se vive la intensa emoción de rascar las tripas de la Tierra para descubrir los veneros de petróleo, extraerlos y procesarlos. Y, en un discurrir paralelo, aquel resumidero de recuerdos, ideas y fantasías de los vagabundos entreverados con árboles, perros, hormigas, pájaros.
En este ejercicio prodigioso de la memoria desfilan comandantes de guerras perdidas y partidarios de la anarquía y de las matemáticas; petroleros leales a PEMEX y a México; burócratas saboteadores del erario, adormilados en los puestos de trabajo, sableadores de la productividad y cómplices del “aire fétido del ocio”. Y hasta perros soberbios, nostálgicos, enérgicos.
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