En palabras del autor: Toda la vida he pensado que me llevaré a una mujer a la cama por la forma en que escribo. Soy iluso y soberbio. Escribo porque me sale de las entrañas. Por el coraje que me da haber andado millones de días sin un peso en la bolsa. Escribo porque durante noches enteras me he consumido en el amor propio. En creer que soy el mejor. Aunque no sea cierto. Para mí lo soy, porque escribo lo mejor que puedo. Escribo por la espuma que sale de mi mente. No del cerebro, sino de mi mente. Una espuma que emerge cuando estoy triste. Cuando el coraje, la rabia o la envidia me atormentan. Una espuma que tiene la forma de las cosas que me gustan y de las que no. Una espuma que me obliga a retorcerme. Y que me lleva a deshacer el mundo a palabras. A veces también es por el gozo. El gozo de ver a un hombre sobre el ring, golpeando con maestría a otro o volando desde la tercera cuerda. A veces es el cuerpo de una mujer, el milagro de que una esté en mis manos y suene. Porque otra cosa que me hace escribir es la música que surge del cuerpo de las mujeres. Pero sobre todo escribo para reponerme de los fracasos y no avergonzarme de ellos. Para presumirlos y entenderlos. Escribo para levantarme de la lona, para describir lo que ha sido mirar mi propia sangre caer, saber que he estado destruido de tantos golpes, reconocer los huecos de mis dientes en las encías y, todavía, creer que es posible ganar. Si es que hay algo más que ganar. Escribo para contar que fallé algunos penaltis, pero que no tengo miedo de volver a pegarle a la pelota. Ni de volarla. Por eso escribo. Más o menos. Así sea.
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