Del «Infiernavit» de Iztacalco que marcó su infancia y adolescencia entre páginas de libros, desempleo y ambientes rufianescos, a la glamorosa ciudad de París donde vivió algunos años aferrado a trabajos ocasionales como jornalero, este libro narra las experiencias que convirtieron a J. M. Servín en un escritor que expresa como pocos la voz de los excluidos.
Sobre todas las cosas, son testimonios picarescos de aprendizaje sostenido en la literatura de alguien que escribe, no sin ironía, por la pura necesidad de contar cómo se ve la vida al límite. A decir del autor: «Para mí es fundamental sustraer de la cotidianidad todos aquellos elementos que la hacen insufrible, cruel y nos sumergen en el hastío [...] Me entrego a la desazón y al dolor de la misma manera en que me entrego al placer. Lo que queda es lo que escribo».
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