Lo poco que deseamos con tanto fervor nos espera más lejos, irreconocible, pensado. Lo poco que podemos pensar surge como un mendigo cerca de una puerta, que sólo lo más viejo en nosotros reconoce, que en todo caso divisa si tiene el valor de hacerlo. El pensamiento husmea el espacio como el olfato. Huele. Capta algo del mundo sin llegar a retenerlo. Nos dirigimos sin cesar hacia ese poco que de pronto se abrirá en el éxtasis (o se perderá en el éxtasis extremo, definitivo, de la muerte). Pero en ambos casos se trata de lanzar una mirada sobre el abismo, aspirando al abismo, bailando al borde del abismo.
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