Prosista ágil, de frases cortas pero certeras y a veces demoledoras, y con fino sentido del humor, Alvarado prefirió ser fiel al principio de Pascal: “Mucho más bello es saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una cosa”. Con el paso de los años, su obra literaria se lee como un parteaguas en su obra periodística, ya que como narrador prefiere mantener a sus personajes inmersos en un realismo humano, más propio de la crónica periodística y el relato que de la ficción.
El detalle de lo cotidiano, el color de la lluvia, la soledad de una calle, el destello de una noche en una ciudad, le fueron suficientes para disparar crónicas certeras y pequeños ensayos que moldean el periodismo mexicano de la segunda mitad del siglo XX.
Alvarado supo hacer del pan de cada día la morada del periodismo. No una escritura de desecho ni para aderezar los sinsabores del poder; no una prosa al servicio de los bajos fondos de la política.
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