Luis de la Barreda nos dice: “La izquierda siempre ha mantenido un sentimiento de superioridad moral respecto de todas las demás fuerzas políticas”. Esta superioridad moral, apunta con gran precisión el autor, está fundamentada en el objetivo que pregonan con fuerza las agrupaciones y los gobiernos izquierdistas: tener una sociedad más justa e igualitaria, y que acabe la explotación de los seres humanos por otros seres humanos. Debido a ello, continúa de la Barreda, “el solo hecho de que un gobierno se proclame de izquierda tiene como consecuencia que sus errores o abusos, incluso los más evidentes y escandalosos, sean juzgados por observadores de la vida pública con cierta indulgencia que no se concede a gobiernos que no se apropian de esa etiqueta”.
Existen muchos ejemplos en la historia que demuestran el poco rigor que ha habido en el juicio sobres los abusos, las omisiones y violaciones que han cometido los gobiernos y las agrupaciones de izquierda. De la Barreda recupera en este libro algunos de estos episodios oscuros, donde el compromiso social de las izquierdas ha pasado por encima de uno de los más importantes productos del proceso civilizatorio: los derechos humanos.
En una de las páginas de este libro, de la Barreda nos deja esta máxima:
Incluso ahí donde no tienen una vigencia efectiva —las dictaduras, los regímenes autoritarios— los individuos más ilustrados o inconformistas de la comunidad intuyen o saben que les deben ser reconocidos, y que se les debe otorgar la calidad de titulares de esos derechos. Los derechos humanos no necesariamente nos hacen más felices —la felicidad, siempre frágil y huidiza, es una conquista de cada uno, cuyo logro está relacionado con una multitud de factores—, pero nos hacen más humanos.
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