Un diccionario fundamental contra el ruido y la indigestión que genera la avalancha iconográfica de la cultura contemporánea.
Con las cámaras de los teléfonos convertidas en apéndices humanos generamos muchas más imágenes de las que podemos consumir, imágenes que nos someten y ante las que, a veces, no queda más que sublevarse. Imágenes que nos degluten y a las que de vez en cuando conviene deglutir. Imágenes que, bajo la alfombra inabarcable de las millones de reproducciones, casi siempre nos ocultan los imaginarios de esta era, que empezó con la nueva derecha poniendo a volar la cabeza sin cuerpo de Lenin sobre el cielo de Berlín y se alarga hasta un presente en el que la nueva izquierda ha echado a cabalgar el cuerpo sin cabeza de Franco en el suelo de Barcelona.
El ensayista Iván de la Nuez define esta omnipresencia como «iconocracia», un término que afianza la tiranía de la imagen pero que, al mismo tiempo, nos permite contrarrestarla. Y es que, sin negar esa ubicuidad opresiva, la apoteosis iconográfica puede entenderse también como un ecosistema de poder y contrapoder, un juego de gobierno y oposición en el que cabe la vomitona radical de la iconoclasia pero también la digestión crítica de la «iconofagia», concepto que han compartido Norval Baitello o Alfonso Morales y que ahora da título a este diccionario que se propone como una sola trama y en cuyos capítulos brillan con luz propia voces e imágenes.
Cualquier percepción de un pasado más complejo que incluye a ambos.
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