La escritura sobre el grial significó la construcción de un nuevo mito en la cultura europea. Es en la última obra de Chrétien de Troyes, El cuento del grial (1180), donde por vez primera aparece este término en torno al cual se concentró toda una historia: un castillo repentinamente aparecido en un valle, un rey enfermo, un joven que se maravilla ante unos objetos, entre ellos el grial, pero no pregunta nada acerca de ellos y de su posterior búsqueda. Entre otros motivos, el carácter inacabado del roman de Chrétien generó una escritura febril por parte de autores franceses y alemanes, en diálogo con esta obra, y siempre con la intención predominante de interpretar y comprender lo que habían heredado como un enigma. Durante medio siglo se sucedieron las obras que habrían de conformar una poética del grial: las cuatro Continuaciones, el José de Arimatea de Robert de Boron, Perlesvaus de autor anónimo, Parzival de Wolfram von Eschenbach, La búsqueda del Santo Grial de autor también anónimo dentro del gran ciclo del Lancelot en prosa. La imaginación sobre el grial también se reflejó en la pintura, tal y como muestran las extraordinarias miniaturas que ilustraron los manuscritos en los que se siguieron copiando las obras literarias desde el siglo XIII al XV. El acontecimiento histórico de las Cruzadas proporcionó el ambiente y la atmósfera para esta poética del grial y es posible que fuera la pérdida de Jerusalén y con ella la del Santo Sepulcro, la que activara este gran esfuerzo constructor del imaginario griálico que ha perdurado hasta nuestros días.
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