¿Dónde si no en el exilio habla la palabra poética? ¿Dónde sino en la pérdida se eleva lo que nombra la ausencia, la distancia, la interminable lejanía? Y allí donde esa palabra dice lo que añora comienza su sueño despierto: quiere restituir con imágenes oscuras lo que se le sustrajo. Juega otra vez y sabe que ese exilio comenzó cuando la infancia se abandona. La infancia como territorio donde lo imaginario se consagra, pero retorna como pérdida o repetición monstruosa, como orfandad o duelo.
Porque el infante es el que todavía no ha hablado y en consecuencia vive en su paraíso mudo y sin tiempo. Pero basta que la palabra sea aprendida para que el exilio comience su derrotero. Entonces vive su gran paradoja: para recuperar el paraíso solo cuenta con la palabra que fue, justamente, aquello que lo distanció para siempre del seno originario: «a este desapego / lo llamamos infancia», escribe María Negroni.
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