Entre Rotterdam y Richter: un lugar meritorio
La razón y la inteligencia del hombre se encuentran desde hace tiempo en un lugar de estima exagerada. Nada más falso que pensar que es gracias a ellas que el hombre ha logrado alcanzar la cúspide del progreso, el orgullo de la grandeza humana. ¿El orgullo de la grandeza humana? La humanidad no tiene orgullo, solo una óptica deformada de lo que acontece. Y no, no puede haber grandeza donde solo hay precipicios.
Escrito en 1782, en este que es su segundo elogio, es la estupidez misma quien sin reparo alguno se desenvuelve como su propia apologista. Con humor y violenta honestidad señala a todos aquellos que al negarla se han beneficiado de ella. Inteligente, mordaz, profunda y ridícula, la estupidez desarrolla en este alegato una profunda crítica hacia los valores que la sociedad humana ha aprendido a reconocer como la piedra angular de todo su desarrollo y su existencia civilizada.
Con gran ingenio y una vigencia indudable, este es un texto disfrutable hasta un punto incomodo. No apto para aquellos que se encuentren tranquilos como se encuentran.
«Reseña escrita por Víctor Hugo Fuentes, El Péndulo Condesa»
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