A diferencia de otros pensadores que, en la tradición de Sócrates, ocupan siempre que pueden el centro de la plaza pública con su voz, Deleuze es un filósofo que, en la tradición de Nietzsche, habla poco y escribe mucho. Incluso la mayoría de estas conversaciones son originariamente escritos. Quizá porque ocupar el centro de la plaza pública es pretender ejercer algún poder, aunque sólo sea ese "cuarto poder" de la opinión pública, mientras que para Deleuze la filosofía es un modo de resistencia a todos los poderes y, entre ellos, también al hoy tan gigantesco imperio de la opinión. A lo largo de estas páginas pasan, pues, más de veinte años de conversaciones sobre El anti-Edipo, sobre Mil mesetas, sobre el cine y la televisión, sobre Foucault o sobre Leibniz, sobre literatura o sobre política, pero en ellas hay muy poco de opinión y mucho de filosofía. Y se dirá: si la filosofía no puede nada, ¿no es su conversación un hablar por hablar (pour parler), un mero hablar (pur parler)?
Pero esta conversación -interrumpida y anudada sin cesar durante veinte años- sólo conserva su capacidad de resistencia porque muestra que pensar es algo distinto de opinar, discutir o clasificar, porque enseña que pensar es crear.
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