Un ángel arquitecto debió de planear la parte superior de mi cabeza para alcázar de una ideación. Un diablo vindicativo se complacía, mientras tanto, en fabricar, en la inferior, una bodega para las embriagueces del instinto. Mientras no se me vuelva la cabeza y pase arriba lo que ha de quedar debajo, todo irá bien. Para que tal acontezca pido a los hombres -a los hombres y a sus normas lógicas, morales y sociales- que me ayuden. Existe igualmente en todo semblante humano una zona intermedia, dominio del sentimiento, es decir, de lo que no es ideación todavía, sin ser instinto ya. Hállase esta zona presidida por los ojos. Pero, en mi caso, todo ello anda oculto por las desmesuradas cejas. Se trata de un secreto. Y al llegar aquí caigo de pronto que no se me ha pedido una autocaricatura física, sino intelectual. Mas ocurre que, entre el espíritu y las formas, yo acostumbro a embrollarme siempre. Embrollado una vez más, pongo aquí punto. Blanco y negro, 14 de agosto de 1932.
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