Cuatro cuentos de Parra en el bolsillo
Murió Macorina. En su juvenil carne, tiempo atrás, un grupo de adolescentes se inició en las artes amatorias. Silvano quiso ser el primero; pero ella eligió a Berna. Su piel probó la piel de más de una generación en el pueblo de Hualauises. Claro está que las mujeres le sacaban la vuelta, su presencia las molestaba, hasta el día que arriesgó su vida por la de otro y acabó sin un brazo. El funeral de la Tunca, como terminaron llamándole, fue multitudinario. A cada paso, la memoria de un pueblo brotaba al pensar en una mujer que se volvió querida por muchos. Aquellos adolescentes, viejos ya, se volvieron más que asiduos clientes de su cuerpo: eran como sus hermanos. El único hombre que nunca la tocó, en realidad, fue quien más cerca estuvo de ella. Primer relato.
No tenía caso seguir atendiendo la enfermedad de Martín, porque el brujo ya lo había elegido, simplemente moriría. Cada vez que éste se paseaba por las calles de San Buenaventura, una lluvia de piedras, escupitajos, patadas e insultos caía sobre su ya maltrecho cuerpo. Sólo el nuevo profesor, ajeno a las costumbres del lugar, se interesó en conocer al viejo que acusaban de asesino de niños. Supo que aquel hombre fue profesor también, que su mala fama fue el resultado de un accidentado viaje con sus alumnos y que la muerte de éstos y de su esposa lo volvió retraído. Ante una población enardecida, enclaustrada en sus creencias, las circunstancias obligan al profesor a terminar con el mito creado en torno al viejo, vilipendiado como Cristo. Segundo relato.
El cazador le pisa la sombra a la presa, la tiene “a tiro de piedra”, frecuenta el mismo bar, se acuesta con la misma mujer. Todo comenzó cuando el Gabacho irrumpió en el amorío de Joel y María Elena. Joel tuvo que alejar a su rival y los compinches de éste a punta de pistola. En la huida hubo un muerto, un gringo; su familia le puso cazador a la presa, a Joel Villaseñor. El bar Cristal, en Ciudad Juárez, es el escenario primordial de la búsqueda, un sitio donde el baile hipnótico de las mujeres que se presentan desata el deseo masculino. Allí, el cazador y la presa liberan tensiones en la cama de Úrsula: el encuentro de ambos resulta inevitable. Otra vez las balas parecen ser la solución; pero ahora es el cazador quien equivoca el tiro. Joel sabe lo que pesa en la conciencia un muerto, por ello compadece al cazador, quien se vuelve presa de la misma pesadumbre. Tercer relato.
Una cantina fronteriza es el refugio de algunos gringos que buscan descansar de sus pesados trabajos; otros asisten por mera curiosidad turística. Para éstos últimos, resulta un espectáculo circense el contoneo de las parejas que bailan al ritmo de cumbias y corridos, en medio de un calor infernal, malos olores y cervezas. Una mujer de cascos ligeros, algo entrada en años, mira cómo las muchachitas se llevan lo que antes fue suyo. Sentada junto a Chepe, su cliente eterno, observa cómo una atractiva pareja se coquetea, se toca, se desnuda, se entrega a la pasión carnal. Pronto todo el mundo los ve y la temperatura sube, no precisamente la del lugar. Otras parejas se forman y las ropas caen. El deseo resbala sobre la piel de los parroquianos. Chepe y su compañía reviven viejas glorias. En medio del frenesí, los amantes que comenzaron todo desaparecen. Nadie los ve salir. Libro completo.
“Cuerpo presente”, “El cristo de San Buenaventura”, “El cazador” y “Nadie los vio salir”, escritos entre 1996 y 2006, son los cuatro cuentos de Eduardo Antonio Parra (Guanajuato, 1965) reunidos en el presente volumen. En ellos se distingue un sabor a provincia y tierras fronterizas. Se exploran los recuerdos y las pasiones humanas. Hay costuras de humor fino y espontáneo para aligerar la dureza de las circunstancias en las que se ven envueltos los personajes. También existe el goce sensorial y vivencial. Son cuentos sin complejos artilugios constructivos; pero capaces de seducirnos palabra a palabra con su narración. Un cuarteto de historias que cabe en el bolsillo y en el gusto de quien los lea.
«Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur»
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