En Adán en Edén encontramos una nueva narración que tiene mucho de ensayo sobre el México de hoy, montada sobre símbolos que se encarnan en personajes.
Un poderoso empresario decide llevar adelante su propia lucha contra el tráfico de droga y los narcos, y ganarles la partida con su mismo juego, siendo más criminal que ellos. En esta novela de Carlos Fuentes, como a veces en la realidad, todo se derrumba.
Ciudades perdidas, callampas, villas miseria, favelas, todas son lo mismo. Eso lo sabe Adán Gorozpe, cínico arribista que pasó de pobretón estudiante a poderoso mandamás gracias a un afortunado "braguetazo", y también Adán Góngora, ministro a cargo de la seguridad nacional que ha puesto en marcha una estrategia espeluznante que incluye alianzas con criminales, encarcelamiento de inocentes y uno que otro asesinato.
Un día, Góngora le propone a Gorozpe asociarse para elevar su juego al más alto nivel: "¿Qué tal si usted y yo, tocayo, apoyamos a un candidato imposible para la primera magistratura del país?". Ese candidato, claro, sería Gorozpe. Sólo que, para ese momento, él lo sabe, deberá deshacerse de Góngora, o al menos neutralizarlo. ¿Cómo proceder contra tan formidable adversario? ¿Cómo detener el remolino que arrastra al país hacia la cloaca?
La única vía abierta siempre es la del espíritu. Ciega e irracional, pero también poderosa, avasalladora, la fe sigue ahí. Un Niño Dios alado empieza a predicar en medio del tráfico de la mayor avenida de la ciudad y su madre, la Virgen, lo acompaña. Las alas del niño son postizas y su madre es quien se las coloca, pero eso no importa. La gente cree, quiere creer, necesita creer, y eso basta.
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