De los espejos de obsidiana enterrados en la urbe totonaca de El Tajín a los espejos ibéricos de Cervantes y Velázquez, el de la locura y el del asombro, un intercambio de reflejos culturales ha ido y venido de una a otra orilla del Atlántico a lo largo de más de quinientos años; este ensayo cuenta esa historia, la nuestra.
Las culturas se fosilizan si están aisladas, pero nacen o renacen en el contacto con otros hombres y mujeres, los hombres y mujeres de otra cultura, otro credo, otra raza.
Si no reconocemos nuestra humanidad en los demás, nunca la reconoceremos en nosotros mismos. Sólo nos vemos enteros en el espejo desenterrado de la identidad cuando aparecemos acompañados del otro; entonces somos por fin capaces de mirar de cerca las consecuencias de nuestras acciones y convertir la experiencia en conocimiento.
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