Literatura infantil para los adultos
"Había una vez una niña muy fina y delicada que en verano siempre iba descalza, porque era pobre, y en invierno tenía que usar pesados zuecos, y los tobillitos se le enrojecían horriblemente..."
De forma tan casual e inocente inicia Los zapatos rojos, uno de los más sangrientos cuentos escritos por el danés Hans Christian Andersen (1805-1875), reconocido autor cuya fama se encuentra sólidamente cimentada en una nutrida colección de más de 150 relatos ¿infantiles? ("El patito feo", "La sirenita", "La Reina de las nieves", "La vendedora de cerillos", "El soldadito de plomo") producidos a lo largo de su carrera y considerados hoy -casi todos- verdaderos clásicos de la literatura ¿infantil?, ideales para aterrorizar niños y deleitar a los adultos con las altas dosis de crueldad y sufrimiento que todo buen relato infantil que se precie debe tener.
Publicado originalmente en 1845, Los zapatos rojos narra las desdichas sufridas por Karen, una niña de origen muy humilde que -siguiendo el cortejo fúnebre de su madre- llama la atención de una anciana de posición acomodada, que la adopta y le procura todas las comodidades. ¿Entonces cuáles son las desventuras, se preguntará el lector, si Karen tiene ya la vida solucionada? Precisamente que lo que al inicio era necesidad (utilizar los zapatitos rojos que le regala una vecina para que la niña pueda caminar detrás del féretro de su madre) se convierte en mera coquetería. A pesar de que a su anciana protectora le disgusta que Karen use esas llamativas piezas de calzado, la jovencita no puede evitar la insana atracción que sobre ella ejercen los zapatos de color rojo. Una y otra vez, nuestra protagonista desafía los regaños y prohibiciones de la anciana, y se las arregla para conseguir zapatos rojos y lucirlos en todos lados y a la menor provocación. Hasta en la iglesia. Y es precisamente a la puerta de la iglesia que, un día, Karen y su protectora se topan con un extraño viejo con muletas y una gran barba roja, que se ofrece a limpiarles los zapatos antes de que entren a la misa. "¡Qué preciosos zapatos de baile!", le dice el viejo a Karen cuando ella extiende sus zapatos para que se los limpie, "¡Quedaos fijos cuando bailéis!", golpeando con sus dedos las suelas. A partir de ese momento los zapatos rojos quedarán malditos, obligando a Karen a bailar sin pausa noche y día, día y noche. Los intentos de la chica para quitarse los zapatos resultan infructuosos, y éstos prosiguen -inmutables- su enloquecido baile, agotando a la infeliz jovencita, destrozándole los pies y llevándola a realizar un desesperado acto como única solución para detener el encanto...
¿Moraleja? Las niñas deben ser obedientes, trabajadoras y devotas, ya que terribles sufrimientos esperan a las niñas desobedientes y vanidosas. El castigo sufrido por Karen puede parecernos a todas luces sádico y excesivo, pero hay que recordar que en la época en que Los zapatos rojos fue escrito -y como la obra de Charles Dickes (1812-1870) atestigua-, el esquema didáctico infantil se resumía en el tétrico y nada promisorio adagio "la letra con sangre entra", y la forma más efectiva de educar a los niños y llevarlos por la senda de la rectitud parecía ser atemorizándolos. La narrativa no iba a ser la excepción de la oferta educativa y moral, y ahí tenemos lóbregas historias como "Caperucita roja", "El castillo del duque Barba Azul", o "Los zapatos rojos" para dar fe y testimonio de ello.
Mención aparte en la edición del libro que hoy comentamos merecen las espléndidas ilustraciones a cargo de la artista española Sara Morante (1976), que otorgan al ya de por sí cruento relato de Hans Christian Andersen una dimensión adicional de angustia en blanco, negro... y rojo. Mucho, mucho rojo.
«Reseña escrita por J.A. Palafox, El Péndulo Polanco»
Un clásico incontestable por fin recuperado, e ilustrado por Sara Morante, con el que inauguramos nueva colección: «El mapa del tesoro».
La pequeña e infortunada Karen es una niña tan miserable que ni siquiera puede comprarse unos zapatos. Tras la muerte de su madre, es acogida por una anciana ciega que la toma a su cargo. Karen es una buena niña, pero algo diabólico anida en su alma infantil: la coquetería.
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