¿Cincuenta años? Si les hubiesen preguntado a los expertos cuántos años de vida le daban a The Who, muchos habrían respondido unos cinco minutos. ¿Una banda de hermanos? No precisamente. ¿Un grupo en estrecha armonía? Es broma, ¿no? Pocas bandas de rock han abarcado personalidades tan extraordinariamente distintas, esos temperamentos encerrados en la frustración mutua, incluso en el conflicto abierto. Sin embargo, fue esa conflictividad la que alimentó la intensidad de sentimientos y de puesta en escena que ninguna otra banda de rock surgida en los sesenta ha conseguido igualar.
¿Tan innovadores, musicalmente hablando, como los Beatles o The los Beach Boys? Probablemente no. ¿Tan seductores como los Stones? No. ¿Tan épicos en cuanto a sonido y espectáculo como Led Zeppelin o Pink Floyd? Cuestión de opiniones. En lo que nadie supera a The Who es en la plena expresión del turbulento mundo interior del chaval joven (también del que todavía vive dentro de casi todos los chavales mayores). Frustración. Idealismo. Anhelos. Autocrítica. Confesiones. Humor negro. Ambición. Debilidad. Rabia. Creación arrolladora. Destrucción demoledora. Una mezcla explosiva, irreconciliable. Sin embargo, ¿qué joven no ha pasado por todas esas fases, muchas de ellas al mismo tiempo? De todo esto trata The Who, y por eso conecta a un nivel tan profundo con tantas generaciones de amantes del rock.
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