En el momento en que se publicó este libro, el debate entre la religión y la ciencia se hallaba en su apogeo tanto en Europa como en Estados Unidos. La teoría darwiniana de la evolución había estrechado un poco más el lazo que la ciencia había tendido sobre aquélla, hasta un punto que muchos consideraban -y siguen considerando hoy- sin retorno para la religión. William James, científico por vocación y por profesión, fue uno de los defensores más reconocidos y populares de la religión frente a quienes exageraban las implicaciones de la ciencia y pretendían finiquitar con ella no sólo la religión sino lo que en opinión de James era todo el lenguaje moral heredado, e incluso la moral misma como posibilidad. La defensa está lejos de ser una posición meramente teórica, pues tiene su origen en una profunda crisis existencial vivida por el autor durante su juventud.
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