La batalla por la mar océano
Unos versos de Calderón de la Barca, tomados de El santo rey don Fernando, sirven de epígrafe al ensayo escrito por Antonio García de León (Jáltipan, Veracruz, 1944). La sentencia que guardan fue la regla de los mares durante los siglos XVI y XVII: “…de que en toda buena guerra / es principio militar, / que el que es dueño de la mar / es el dueño de la tierra…” A la luz de este trabajo, España poseyó una riqueza inimaginable, pero la administraba mal y pronto se vio aventajada por la perspicacia de otras naciones europeas. No obstante la inmensa tierra conquistada, a los saqueadores les bastó con ocupar las pequeñas islas del Caribe y algunas costas para contrarrestar la hegemonía ibérica. Lo que comenzó como hurto, fue convirtiéndose en la base del comercio actual. Pronto los ingleses, holandeses y franceses, entre otros, se dieron cuenta de que la prosperidad se hallaba en el dominio de las rutas mercantiles marítimas.
Vientos bucaneros es la memoria de un periodo que hoy sólo existe en los libros de historia y la literatura de autores como Daniel Defoe y Robert Louis Stevenson. Los míticos piratas de parche en el ojo, pata de palo y emplumados parlanchines al hombro son tratados con rigor, a través de tres capítulos ampliamente documentados. El autor centra su atención en el Golfo de México, en el influjo que el comercio y el saqueo tuvieron en las costas nacionales y cómo esto afectó culturalmente en los hombres de mar y tierra. La presencia de corsarios, bucaneros y filibusteros convirtió al Caribe en un mosaico de razas y lenguas que perfiló la identidad contemporánea.
Veracruz y Campeche llevan mano en una larga relación de naufragios que va de 1519 a 1647; así como en los ataques perpetrados por Henry Morgan, Hawkins, Drake, Laurens de Graff y otros. El relato de lo acontecido tiene pasajes profundamente narrativos, como el que cuenta cómo William Dampier enseñó a los pájaros remedantes a decir insolencias, el fracaso de la Armada Invencible o el fiasco que resultó ser la Armada de Barlovento, auspiciada por la Corona española.
Dos siglos de turbulencias marítimas, de comercio en desarrollo y contrabando, dieron paso a los principios del capitalismo como hoy se conoce. Poco a poco, España pasó la estafeta a los ingleses, quienes no se conformaron con hacerse de las rutas comerciales de las materias primas, sino que emprendieron un desarrollo que los llevó a la Revolución industrial. “Como se desvanecen los fuegos fatuos de un buque fantasma”, apunta García de León, el tráfico de mercancías y esclavos, junto con las vidas de miles de hombres de diversos orígenes que navegaron en esos años, también son parte de la composición social de México. De tal manera, se evidencia que el llamado encuentro de dos mundos trajo consigo otros más.
«Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur»
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