El alma que otorgamos
Cuando Kant, en su Crítica de la razón pura, denunció la imposibilidad del hombre de conocer las cosas realmente, las que él llamó cosas en sí, y en cambio mostró que lo que podía conocerse eran solamente los fenómenos, quizá dejó abierta una puerta para la proliferación de las más vagas y peregrinas interpretaciones en los objetos, entre ellos el animismo puesto en esos objetos por el hombre, tal vez provocado por la ignorancia y la incapacidad de conocer estas cosas en sí. ¿Tendrán alma los objetos que no podemos conocer realmente? ¿Tendrán vida propia?
El hombre en su devenir histórico quizá respondió a estas preguntas sin hacerse a sí mismo la interrogante, dando por supuesto una respuesta afirmativa. Con el paso del tiempo, la costumbre de tener cerca un sinfín de objetos y de utilizarlos de distintas maneras y para diferentes fines, ha hecho que le otorgue vida a los objetos más disímiles. Esta es la idea que subyace en este ensayo de Ignacio Padilla: la obsesión del hombre contemporáneo por darle vida a los objetos inanimados. Y usa como metáfora a los encendedores, el acto del hombre encendiendo el cigarro a la mujer, y ésta esperando que literalmente sea encendida por la flama del encendedor. En este acto, dice el autor, cobra vida la ficción animista.
A lo largo de este ensayo asistimos a una disertación por demás original y significativa. Ignacio Padilla pasa revista no sólo a los objetos que están bajo el yugo de la ficción animista, sino también a las ideas que subyacen en esta ficción y a las superlativas consecuencias que se desprenden de ella. "El animismo propiamente dicho consiste en atribuir a las cosas un ánima consciente parecida o en ocasiones idéntica a la humana", nos dice el autor. Así, desde los ubicuos encendedores Zippo y Bic, que con su historia develan a una humanidad deseosa de seguir conteniendo el fuego que nos fue regalado por Prometeo; Wall-E, el robot de la película de Disney que ha desarrollado una personalidad curiosa hurgando en la basura de un planeta Tierra abandonado, que nos muestra la posibilidad de un futuro apocalíptico al que el hombre puede llegar si no se cuida el planeta; hasta las ciudades como entidades vivas que devoran a los seres humanos, junto con su ejército de cosas que literalmente sofocan y ofuscan el ser más íntimo del hombre... todo esto está en estas páginas como sustratos del alma presupuesta inconscientemente en muchos de nuestros objetos cotidianos.
Mas, ¿por qué esta ficción animista por parte del hombre? Nos responde el autor: "Sabemos que si renunciásemos a creer en la divinidad, en la vida de los objetos o en el alma de los animales quedaríamos indefensos frente a la materia inerte." ¿Y el hombre no está preparado para afrontar esta materia inerte?, ¿sería demasiado para esta época tan necesitada de conocimiento y comodidad? ¿Cómo sería nuestra relación con las cosas si no pensáramos que tienen alma y vida propia? ¿Las soportaríamos?, ¿soportaríamos un mundo sin vida e inerte? ¿Estamos realmente avanzando como raza hacia un progreso "objetivo" y digno en donde nuestras creencias correspondan con el tiempo en que vivimos? ¿Nos diferenciamos ahora de las supersticiones, por ejemplo, de la Edad Media? La vida íntima de los encendedores nos da una pista, guiñándonos un ojo: "confiar en el poder sanador del fémur de san Cipriano no es menos supercheril que nuestra fe en las bondades de un champú acondicionador con chispas de manzanilla."
Reseña escrita por Juan Carlos Sánchez, El Péndulo Web
En el gesto perpetuo -y también simbólico- de que el varón encienda el cigarrillo a la mujer late la ficción animista: con este entre los dedos, la dama aguarda a que el mechero literalmente la encienda. La apología del alma de los encendedores bulle en la mente de una parte significativa de la humanidad dispuesta a atribuir vida a los objetos inanimados.
Contra la evidencia científica y la satanización del pensamiento mal llamado supersticioso, la sociedad contemporánea no acaba de aceptar la extinción del alma de las cosas, de la misma manera en que no puede renunciar a los mecanismos defensivos que nos ofrecen la ficción, la imaginación, la fe, y la sugestión que, como el animismo, alguna vez mostraron su eficiencia para sobrellevar el desconcierto, la tensión, el miedo y la creciente soledad que nos provoca el universo material.
Frente a la impasibilidad de las cosas, el hombre moderno acude a la ficción animista, porque la lógica sigue siendo insuficiente para desentrañar los más antiguos misterios que aquellas nos suscitan. Si renunciásemos a creer en la divinidad, en la vida de los objetos o en el alma de los animales quedaríamos indefensos frente a la materia inerte. Antes que aceptar la soledad cósmica, el pensamiento mágico del hombre ultramoderno prefiere asumir que los objetos están vivos, y así en consecuencia tratarlos o maltratarlos. Nos resistimos a entrar en una madurez refractaria al misterio, todavía rechazamos la idea de que lo otro no está vivo. Deslindar las raíces del cómo, el porqué y el hasta dónde de la avidez animista de la sociedad ultramoderna es lo que anima en el fondo este libro.
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