En la década de los cincuenta, mientras recorre la Polonia profunda «con más pena que gloria, de aldea en aldea, de villorrio en villorrio, en un carro de adrales o en un autobús desvencijado», un Kapuscinski aprendiz de reportero vive obsesionado con cruzar la frontera. Fracasa en su aspiración de viajar a la vecina Checoslovaquia, pero, a cambio, la redacción del diario en el que trabaja lo envía a la India.
El flamante corresponsal parte con un libro, la Historia de Heródoto, que, compañero inseparable desde entonces, resultará decisivo para la formación profesional y personal del futuro autor de El Emperador, El Sha, El Imperio, Ébano o Un día más con vida. Escrito desde la perspectiva del medio siglo, Viajes con Heródoto se revela como un libro de difícil (por no decir imposible) clasificación. ¿Es un reportaje? A ratos. ¿Un estudio etnográfico-antropológico? En parte sí. ¿Un libro de viajes? También lo es. (Viajes en el espacio y en el tiempo: por el mundo de la Antigüedad y por el del siglo XX.) ¿Un homenaje al Heródoto protorreportero y a la calidad de su prosa? Desde luego. ¿Una reivindicación del «primer globalista», descubridor de algo tan fundamental como que los mundos son muchos «y que cada uno es único. E importante. Y que hay que conocerlos porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra»? Sin duda alguna.
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