Pocas obras tan esquivas como las de Clarice Lispector. Los trabajos de la autora brasileña elegantemente escapan al afán clasificador del lector avezado y obseso y a la mirada peregrina del lector ocasional y de ocio. Quien logra armarse de paciencia y superar el desconcierto inicial, pronto se encuentra ante una turbación aún mayor: se descubre fascinado ante un baile de palabras y, sin embargo, pronto reconoce que no puede asir ninguna. Escritura, lectura, diálogo parecen empecinados en invadirse y habitar a sus anchas en el territorio del otro; si había fronteras, sirvieron para dar saltos sin reparos, para derribarse con el bullicio, para volver a erigirlas en medio de la quietud sospechosa y de nuevo repetir todo en un bucle interminable.
Lispector detenta una escritura de manos orfebres, de manos pacientes que cuidadosamente tejen su trato con la palabra, como pocos autores, asume que sus posibilidades son las posibilidades del lenguaje: tiene palabras, no necesita más.
Emiliano Mastache nos presenta un lúcido ensayo sobre te de las obras más representativas, y más elusivas, de Lispector Un soplo de vida. Aunque documentado con rigor, el autor logra despojarse de todo atavío para enfrentarse y dejarse llevar, sin más por los vaivenes de la escritura clariceana. El lector se encontrará con un inteligente y sutil ejercicio de lectura, y sobre todo de relectura, que por elección decide hacerse a la deriva y, admirablemente llega a feliz puerto.
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