Emiliano Zapata comenzó una nueva existencia luego de ser asesinado el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca. Aunque muchos han puesto en duda que la traición de que fue objeto de verdad le costó la vida —se dice que envió un doble al patíbulo, que huyó a Arabia, que vaga cual fantasma por las serranías morelenses—, lo que es un hecho es que tras la muerte del máximo líder agrario de la Revolución se gestó en México y más allá de sus fronteras un mito con ramificaciones políticas, sociales, artísticas y culturales. Al recorrer la trayectoria póstuma de Zapata, Samuel Brunk revela aquí los mecanismos discursivos y ceremoniales con los que el Estado ha querido apropiarse de la imagen de Zapata y nos lleva a escuchar los corridos sobre la vida y la muerte de Emiliano, a mirar con estupor las interpretaciones de Marlon Brando y Alejandro Fernández en la pantalla grande, a hojear la prensa y los libros de texto de primaria, a contemplar los murales de Diego Rivera y la pintura de Alberto Gironella, a hurgar en las biografías —tanto las denigratorias como las hagiográficas—, a viajar a Chiapas y a Estados Unidos, para entender cómo, a lo largo del siglo XX mexicano, se gestó el culto a un héroe que comparte rasgos con Jesucristo, Quetzalcóatl y otras deidades mesoamericanas. Tras leer estas páginas queda claro que, a su manera, Zapata aún está vivo.
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