¿Queda algo por decir de El Resplandor? La respuesta es rotunda: sí.
¿Podemos realmente sorprendernos, si regresamos al Hotel Overlook? La respuesta es otra vez afirmativa: muchísimo.
Con los revisionados de algunas películas, siempre encontramos nuevos matices. En el caso del laberinto de terror firmado por Kubrick, esta última afirmación se cumple como pocas veces. Torrance es una mapa con el que podemos orientarnos en el corazón de las tinieblas, donde nos esperan el famoso Jack y los otros dos miembros de la familia, la (injustamente) poco apreciada Wendy y el niño del triciclo, Danny, verdadero motor de la historia. ¿Qué tal una mirada a los espejos para entender lo que está ocurriendo en el Overlook? ¿Y un vistazo a los relojes locos de la cocina, a las puertas y pasillos imposibles, a lo que tienen de siniestro el diseño de una alfombra o un color, a las notas musicales también laberínticas y especulares?
Se puede ver El Resplandor como una película de casas encantadas y detenernos ahí. Pero también se puede descender a la segunda planta. Y a la tercera. En su Grand Tour, Kubrick ha organizado un itinerario que incluye béisbol, cuentos, mitología, objetos simbólicos y dibujos animados. A los 40 años de su estreno, el impacto de este clásico se percibe por todas partes: está presente en decenas de títulos, que van de Pixar a Joker de Todd Phillips, en Funko Pop, en memes, en secuelas, en anuncios para la televisión, en la ópera del siglo XXI, en camisetas y tazas, etc. La familia Torrance está más viva que nunca, como se aprecia en este ensayo, una aventura literaria e imaginativa que se aleja de lo académico y de la crítica habitual.
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