¿Cuál es el significado de este creciente predominio del testimonio como un modo privilegiado en la contemporaneidad de transmisión y comunicación? ¿Por qué en efecto el testimonio se ha vuelto al mismo tiempo tan central y tan omnipresente en nuestros últimos relatos de nosotros mismos?
¿Qué cosa, sin embargo, está en juego en la más amplia, más profunda y menos definible crisis de la verdad? Lo que el testimonio no ofrece es, sin embargo, una afirmación completa, un relato totalizador de esos hechos.
En el testimonio, la lengua está en proceso y enjuiciada, no aparece como una conclusión, como la constatación de un veredicto o la auto transparencia del conocimiento. El testimonio es, en otras palabras, una práctica discursiva, como opuesta a una pura teoría. Testificar -jurar, narrar, prometer y producir el propio discurso como prueba material para la verdad- es realizar un acto de habla, más que simplemente formular una aseveración. Como un acto de habla performativo, el testimonio en efecto señala lo que en la historia es acción que excede cualquier significación corroborada, y que en los sucesos es un impacto que hace estallar cualquiera de las reificaciones conceptuales y de las delimitaciones constatativas.
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