Adam Smith centra su teoría de los sentimientos morales en la idea de que la simpatía, entendida como la capacidad de ser empático con los sentimientos de los demás, es la base de la moralidad humana. Smith introduce el concepto del “espectador imparcial”, una figura interna que permite a las personas juzgar sus propias acciones desde una perspectiva objetiva, facilitando así juicios morales equilibrados. Además, analiza diversas virtudes como la justicia, la benevolencia, y el autocontrol, argumentando que estas son esenciales tanto para las relaciones personales como para la cohesión social.
Smith sostiene que los sentimientos morales no sólo regulan el comportamiento individual, sino que también son fundamentales para la estructura y el funcionamiento de la sociedad. A través de la interacción de simpatía y el juicio del espectador imparcial, emergen normas y valores sociales que contribuyen al bienestar común. Aunque la obra no es un tratado económico, sienta las bases para ideas que Smith desarrolla en La riqueza de las naciones, destacando cómo la búsqueda del interés propio, moderada por la justicia y la simpatía, puede llevar al bienestar general de la sociedad.
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