Desde su retiro tusculano, Cicerón recurre a
toda su erudición para sintetizar las distintas
teorías sobre la muerte que, desde Platón, le
han precedido.
Con este preámbulo histórico no pretende exhibirse
y deslumbar a su auditorio (cosa que,
aun sin quererlo, Cicerón siempre consigue);
más bien acomoda en la tradición filosófica
que le precede sus propios planteamientos
acerca de la actitud con la que los hombres
deberían encarar su condición mortal.
Pese a tratar sobre la muerte, el texto de Cicerón
es un fervoroso alegato vitalista. En
él nos enseña la forma de disolver las tenebrosas
nubes que se ciernen sobre quienes
todavía la temen. Conseguido esto, la vida
se muestra exuberante y esplendorosa.
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