Alejandro Sawa (1862-1909), gran amante de la Belleza
y la Literatura, vivió en París entre 1889 y 1896, atraído
por sus movimientos literarios, y allí conoció a su admirado Verlaine con quien compartió horas de tertulia y lírica exaltación.
Glorioso emperador de la bohemia, según Carrere, con el tiempo
el nombre de Sawa se fue sumiendo en el olvido, aunque
la semblanza que de él hiciera Valle Inclán como Max Estrella en Luces de bohemia vivirá para siempre.
En La sima de Igúzquiza, publicada en 1888 y nunca vuelta
a reeditar, Sawa recrea, con el tremendismo propio del naturalismo más radical, unos sucesos acaecidos cerca de Estella (Navarra)
durante la tercera guerra carlista, en los que una partida
de guerrilleros, capitaneada por un pendenciero
expresidiario, fue acusada de arrojar a sus prisioneros
vivos al fondo de una sima, después de torturarlos y violarlos.
Historia de una reina (1907), basada también en hechos
de la época, muestra por contra un Sawa converso al modernismo, con un estilo más sensorial y colorista. La protagonista del relato,
Beatriz, una princesa triste y soñadora, obligada por su padre
a casarse con el rey de Moravia, consume su existencia encerrada en una cárcel de oro, hasta que un día decide huir del palacio
para llevar una vida corriente de mujer libre.
Dos relatos, de muy diferente registro, rescatados por
Amelina Correa Ramón, especialista y biógrafa de Alejandro Sawa.
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