Hannah Arendt pertenece, sin duda a ese selecto grupo de quienes son anunciados con el tópico de que no necesita presentación. El presunto privilegio constituye un arma de doble filo. Porque mientras, de un lado, la suposición de que todo el mundo la conoce implica que, efectivamente, ha conseguido dejar oír su voz -ser reconocida como alguien que merece ser escuchado-, del otro, esa misma suposición puede significar un indicio preocupante, en la medida en que estaría indicando que la autora ha salido de la ignorancia generalizada en dirección a un peligro aún mayor, a saber, el de ser absorbida por los tópicos, las imágenes establecidas o, peor todavía, los discursos dominantes.
Afortunadamente, la figura de Arendt ha resistido hasta ahora ambas amenazas. La mera mención de su nombre no lleva aparejada, automáticamente, la rígida ubicación en el mapa de las ideas actuales como suele suceder con el común de los autores. Sería una exageración afirmar de ella que es algo así como una mujer sin rostro, pero no lo sería tanto sostener que, a pesar de ser conocida, no acaba de estar del todo identificada. A definir con mayor nitidez los perfiles de su pensamiento está dedicado al presente volumen, en el que sus colaboradores -acreditados conocedores de la obra arendtiana- destacan los diversos motivos teóricos que hacen de su propuesta un lugar inevitable para todos los que consideren que todavía vale la pena intentar arrojar algo de luz sobre estos tiempos de oscuridad.
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