El robo del año, o el regreso de Ulises
Los nombres suponen ciertos rasgos de personalidad comunes entre quienes los llevan, dicen algunos. Aunque este precepto suene increíble o fantasioso, a veces parece cumplirse, por lo menos, parcialmente. Ulises Carrión (Veracruz, 1941 – Ámsterdam, 1989) nos hace pensar en el heroico Ulises, quien pasó varios años fuera de su natal Ítaca y cuyo regreso quedó grabado en la Odisea (Odiseo es el nombre latino de Ulises).
La narrativa literaria y la dramaturgia fueron los primeros medios de expresión para el genio creativo de Carrión. Obras como La muerte de Miss O (1966) y De Alemania (1970) pronto lo destacaron como una promesa de la época. No obstante, el veracruzano abandonó ese camino para explorar otros campos narrativos fuera de México. En su ensayo “El arte nuevo de hacer libros” —alusión clarísima a “El arte nuevo de hacer comedias”, de Lope de Vega— queda patente su concepción del libro, así como el punto de partida de su incursión en las artes visuales, dice: “Un escritor, contrariamente a la opinión popular, no escribe libros”, “Un escritor escribe textos”, “Un libro puede ser el recipiente accidental de un texto”.
Tras su paso por Francia, Alemania e Inglaterra, Ulises se avecindó en los Países Bajos. En Ámsterdam experimentó con la poesía visual, la instalación y el arte correo, entre otros. El robo del año (De diefstal van het jaar) es una instalación performance que tuvo lugar en el Drents Museum, en Assens, entre el 3 y el 7 de febrero de 1982. Para dar cuenta de ella no hay mejor descripción que la del propio autor:
“Una habitación pequeña en el Museo de Assens, oscuridad total excepto por un haz de luz encima de una mesa. Sobre la mesa un disco giratorio. Sobre el disco un cojín de terciopelo. Sobre el cojín un diamante auténtico. La gente puede mirarlo y tomarlo en sus manos o robarlo. Un fotógrafo, disfrazado de visitante, documenta las reacciones de la gente.”
La estructura sintáctica del texto es como la de una didascalia teatral, tal vez reminiscencia de sus inicios o muestra transparente de su intención en ese momento. La curiosidad de los visitantes es atraída apenas por un letrero con el nombre de la instalación, fuera de ello, no hay más signos ortográficos. Lo siguiente es, por una parte, la confrontación entre el valor material del diamante y su valor como objeto artístico; por otra, el visitante como personaje de una obra de teatro o como parte del performance, sin que lo sepa.
Este libro recoge el registro fotográfico que Claudio Goulart, mancuerna de Carrión en tal proyecto, elaboró durante los días de la instalación. Es en esta parte donde el destino que los nombres imprimen en la gente comienza a resonar, porque Ulises Carrión nunca concibió El robo del año como un libro, sino como una exploración donde la narrativa estaba completamente desnuda de las letras que habitan la hoja de papel. Gracias a Martha Hellion, a quien llegó el mencionado registro, el suceso ha vuelto a conocerse. Paradójicamente, una muestra del genio creativo del Ulises veracruzano regresó, como el héroe de Ítaca, al lugar donde comenzó todo: al libro.
«Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur»
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