Hay una foto de mi abuela, posiblemente de 1926, que nadie en la familia recuerda dónde pudo haber sido tomada, en la que se observa de pie, seria, casi hierática. Su rostro no es una cartografía del dolor. Es, en todo caso, de desconcierto y desamparo, como corresponde a una viuda joven que de pronto se queda sola y con cinco hijos, entre ellos mi madre, porque meses antes, el 14 de febrero de 1925, su esposo, Vidal Roldán y Ávila, que en distintos momentos había sido funcionario, diputado, senador y presidente municipal, era asesinado como parte de un enfrentamiento político propio de una era en la que el viejo orden no acababa de morir, el nuevo no acababa de nacer y las disputas por el poder se saldaban con sangre.
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