Cuando Ferdinand Lassalle esbozó este ensayo, ahora convertido en un clásico de los textos políticos occidentales, la búsqueda de una Constitución que adecuara las exigencias de la vida política de las naciones, y sus urgencias sociales y económicas, era un reclamo generalizado en toda Europa, cuando menos. La inquietud paralela en las naciones americanas no debe tampoco desdeñarse, pero es ciertamente un reflejo de la idiosincrasia imitativa de sus élites.
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